Published on Wednesday, August 2nd, 2006 at 3:47 am

Esto es afanado de un libro. Después les pongo de quien. Primero léanlo, me causó una sensación agradable al estómago y no se por qué pero debo haber evocado algún pedacito de infancia vivida o algo que simplemente hubiese añorado de chico y que no tuve. Sólo mi psiquis podría decirme si estoy equivocado, pero tan mal funciona… que prefiero ni preguntar.

“Sábado 2 de Marzo,

Anoche después de treinta años, volví a soñar con mis encapuchados. Cuando yo tenía cuatro años, o quizá menos, comer era una pesadilla. Entonces mi abuela inventó un método realmente original para que yo tragase sin mayores problemas la papa deshecha. Se ponía un enorme impermeable de mi tío, se colocaba la capucha y unos anteojos negros. Con ese aspecto, para mí terrorífico, venía a golpear en mi ventana. La sirvienta, mi madre, alguna tía, coreaban entonces: ‘Ahí está don Policarpo!’. Don Policarpo era una especie de monstruo que castigaba a los niños que no comían. Clavado en mi propio terror, el resto de mis fuerzas alcanzaba para mover mis mandíbulas a una velocidad increíble y acabar de ese modo con el desabrido, abundante puré. Era cómodo para todos. Amenazarme con don Policarpo equivalía a apretar un botón casi mágico. Al final se había convertido en una famosa diversión. Cuando llegaba una visita, la traían a mi cuarto para que asistiera a los graciosos pormenores de mi pánico. Es curioso como a veces se puede llegar a ser tan inocentemente cruel. Por que, además del susto, estaban mis noches, mis noches llenas de Policarpos que siempre estaban de espaldas, rodeados de una espesa bruma. Siempre aparecían en fila, como esperando turno para ingresar a mi miedo. Nunca pronunciban palabra, pero se movían pesadamente en una especie de intermitente balanceo, arrastrando sus oscuras túnicas, todas iguales, ya que en eso había venido a parar el impermeable de mi tío. Era curioso: en mi sueño sentía menos horror que en la realidad. Y, a medida que pasaban los años, el miedo se iba convirtiendo en fascinación. Con esa mirada absorta que uno suele tener por debajo de los párpados del sueño, yo asistía como hipnotizado a la cíclica escena. A veces, soñando otro sueño cualquiera, yo tenía una oscura conciencia de que hubiera preferido soñar mis Policarpos. Y una noche vinieron por última vez. Formaron en fila, se balancearon, guardaron silencio, y, como de costumbre, se esfumaron. Durante muchos años dormí con una inevitable desazón, con una casi enfermiza sensación de espera. A veces me dormía decidido a encontrarlos, pero solo conseguía crear la bruma y, en raras ocasiones, sentir las palpitaciones de mi antiguo miedo. Sólo eso. Después fui perdiendo aún esa esperanza y llegué insensiblemente a la época en que empecé a contar a los extraños el fácil argumento de mi sueño. También llegué a olvidarlo. Hasta anoche. Anoche, cuando estaba en el centro mismo de un sueño más vulgar que pecaminoso, todas las imágenes se borraron y apareció la bruma, todos mis Policarpos. Sé que me sentí indeciblemente feliz y horrorizado. Todavía ahora, si me esfuerzo un poco, puedo reconstruir algo de aquella emoción. Los Policarpos., Los indeformables, eternos, inocuos Policarpos de mi infancia, se balancearon, se balancearon y de pronto, hicieron algo completamente imprevisto. Por primera vez se dieron vuelta, sólo por un momento, y todos ellos tenían el rostro de mi abuela”.

La necesidad de añoro que tengo hoy por hoy no es para nada anormal, supongo. Hay quienes dicen que es una necesidad permanente del argentino, no de recordar, sino de añorar. Y por más que esto fuese escrito por un uruguayo (Mario Benedetti, del libro “La Tregua”), impídome separarme del resto del mundo y de mis mismas emociones. Recorrer continuamente el mismo camino es evocar, y al mismo tiempo imposibilitarse de no poseer un prejuicio, una actitud acerca del tiempo mismo y de todas las cosas que trajo. A lo mejor,

Y sueño tanto despierto, sueño semi-consciente, imagino inconsciente. Revuelvo cosas que a lo mejor jamás estuvieron allí. Buenas memorias de aquellos que jamás fueron buenos conmigo, olvido de las malas cosas o a lo mejor el funcionamiento de un limbo cerrado, menguante y sostenido en el aire al que me gusta llamar vida, un pseudo- universo flotante bien ordenado y eterno que gira alrededor del sol durante día y noche, maquinando cosas que nunca son o serán. A lo mejor es por ello que veo el mundo diferente a los demás, por que jamás supe adaptarme a la idea de un mundo donde el orden fuese simplemente la ubicación de los elementos o la predeterminación de los aspectos de una vida. A lo mejor el orden es un elemento no tan substancial pero que incluye a todos estos por el defecto de un conjunto semi-organizado, azaroso según un rango de opciones verosímiles o cuasi probables. A lo mejor mi orden es encontrar primero esa respuesta antes de someterme a una vida a la cual no le veo un principio y el fin, donde el sexo no lo es todo, el amor tampoco, donde ninguno de los dos parece cumplirse en una forma ideal, donde nada es lo que realmente debería ser. El desorden o libre albedrío sólo me permiten rodear, navegar algunos aspectos de este caminito, sonreír desde la ventana mientras pienso adonde estoy yendo. No me siento cumplido en nadie más, no sé donde estoy yendo.

A lo mejor la verdadera vida era seguir la pelota. Llegar a casa y mirar el techo. Sentirme afligido sabiendo que después vendría la televisión y el partido de la NBA, los videojuegos y papá llegaría a la noche y yo podría decir que estaba todo más que bien. Aunque papá viniese y me gritase y me golpease. Aún sabiendo hoy que no volverá. Ni los partidos, ni los videojuegos, ni los sueños, ni el hambre ni la sed de estar vivo, sabiendo lo fino que es el límite de la vida, lo poco que realmente se puede trascender y lo poco que uno puede y debe trascender en la vida del resto de los vivos. Por que el resto sí tiene ese derecho de seguir vivo y de continuar con este ciclo limitado e infinito a la vez, cíclico y destructivo, falaz y grisáceo. ¿Por qué acaso no podemos recordar todo? Determinaciones psicológicas aparte, a lo mejor no estamos hechos para recordar sino para continuar como simples hormigas.

Ojalá alguno de estos días despierte para sentir el calor en la cara, las manos de mi abuela, la cara de mi abuela, de la bobe, sentir el verdadero calor que pega en la frente, el mismo que siempre fue verdad. Que no ataca con recurrencia simplemente, por que olvidé a quien solía ser. Más de uno me lo dijo, pero no sé como interpretarlo. No me acuerdo que es lo que solía constituirme como persona, por que cambié: me descompuse, muté en algo que no quiero. Muté, para convertirme en lo que no deseaba, cargando con todos los pesos de los adioses que no pude decir, a tantos que ya no están, y para no saber tampoco como considerar o simplemente escuchar a tantos que me piden el oído.

Vivir de vuelta, con los amigos de los ojos rasgados, los de los gestos suficientes y las pocas palabras. La gente con química sólo con uno, las ganas de embarrarse las rodillas sin limpiarse después. La intención de vivir una vida irresponsable, despreocupada, feliz y llena de golpes de satisfacción en las piernas, más que los sopapos a todo el torso y el cerebro. Me siento bastante abollado a esta altura, como para poder soportar unos cuantos más de los que no dejan moretones. Y en cualquier momento digo que puedo desaparecer simplemente por que mis ganas de hacer lo mismo son superiores a todo independientemente de mis capacidades además de todo aquello que me permite las leyes de la naturaleza misma. Yo puedo encontrar a quien me quiera y yo tambien quiera… puedo ver un futuro aunque no se si sea el que buscaba: viendo que a veces el cariño se manifiesta en el peor de los temores o que simplemente la bobe siempre estuvo colgando cual daga de damócles sobre nosotros pero nunca con la intención de esperarnos y buscarnos con fines de maldad. Después de todo, quién podría olvidarse de las porciones de torta marmolada de la boba, de los gritos por la cámara de papá, de los alaridos y la emoción de estar un viernes a la noche esperando que ella y él lleguen, la idea de despertar el sábado y ver el discurso del papa con ella sólo por que él era polaco y de la misma región que ella, por más que no me importase ni Jesús ni ninguno de los santos en lo más mínimo. Es que, supongo, el orgullo trasciende y toma las formas más extrañas. Los abrazos, las memorias también, amoldándose de una forma amorfa, una masa maleable que tergiversé en mis años de extravío mental de los cuales a lo mejor jamás encontré el camino de vuelta.
Y también puede ser que ahora simplemente prefiera leer ante el cansancio de haber escuchado tantas voces entrar y salir de mi cerebro.

A lo mejor lo que no puedo encontrar es lo que simplemente no está.Y a lo mejor, algún día no estaré yo, pero sepan que si es así, es sólo por que me fui a buscar las viejas sensaciones.

Como dejar de pensar en mis Policarpos, si me gustaría volver a los antiguos miedos,

… y a las máscaras amigables que solía yo reconocer como propias.

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2 Responses to “”

  1. Que jodidos que son a veces esos policarpos. Cuantas formas toman... a veces una extraña a un padre que en realidad nunca estubo... porque debajo de ese piloto y anteojos estaba mi abuelo. La puta madre...
    Que se hace? se sigue añorando? se recuerda con nostalgia? se tapa todo? o se trata de vivir con esa tristeza, endulzandola un poco?
    Te dije que sos un groso?
    Un abrazo

    Mamut

  2. Se vive con el peso de la mochila yendo desde la espalda hasta los pies. Y si es posible, con el sistema nervioso anulado.

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