Le comenté al viejo que me sentía fatigado mentalmente, que estaba como un muerto en vida y sin reacción alguna para regalarle a nadie. Tampoco sonrisas, por que es muy difícil sonreír cuando no te sentís feliz. Es algo improbable que a mucha gente le gusta intentar: “sonreí”. No tengo ganas. No es tan fácil ser positivo como todo el mundo cree, por algo hay tanta esquizofrenia dando vueltas en estos días. Es muy fácil reventar cuando uno sonríe y no tiene ganas.
Como le dije, estoy muerto en vida por que las circunstancias me son ajenas y no tengo ganas de sonreír. No soy feliz para nada pero en algo tengo que cambiar. Obvio. Ojalá pudiese tomarme el bichito mágico de la felicidad, cambiar de piel por un ratito. Mientras tanto, todo el mundo te mira, dice lo que quiere (que siempre va a ser lo que a vos no te gusta) y vos vas a sonreír, por que sos un masoquista y un pelotudo. (Sí, siempre, tenés razón, si.. claro…)
Y todo el mundo tiene la cura pero nadie arriesga un “te quiero”. A nadie le importa. Lo que vos tengas para decir, es mierda. Lo que pienses es mierda. Sos una mierda, no te gastes. Vos y tus caprichitos. Vos, y tu falta de ganas. Vos, y tu negatividad. Vos, y tu falta de colaboración, vos y tu falta de… y tu error de… y tu mal hábito de… No importa cuanto lo intentes ni lo que tengan que decir, sos una mierda. Admitilo. Abrazalo. Hacete familiar al concepto. Filosofalo. Adoptalo. Enfermo mental, accidente, díganlo como quieran. No te preocupes, no faltan referentes: tu familia está llena de mierda también. Encasillaste muy bien en un plano superior que venía seriamente mal antes que vos nacieses y que desgraciadamente no queda más remedio que avisarles (en plan pseudo cauteloso) a las futuras generaciones, de la mierda que les espera y que la posibilidad de la psicoterapia es sólo una cuestión de bolsillo y convicción. Por que sí, querida familia y amigos: yo soy una mierda, sólo por el hecho que ustedes no se miraron el traste. Lo cual, una autoevaluación de ese tamaño es imposible, por lo cual es fácil esquivarla cuando tienen a alguien como yo enfrente.
Decís mil palabras, vale lo mismo. Y si te pegás un tiro sabés que al entierro no caen dos personas. Por que tu magnetismo es el de un imán con los dos positivos de frente.
Pero vos tenés que sonreír, levantarte y sonreír. No pensar. Tenés que ser … seductorrrr.
Por que seductorrrr en esta vida te lleva a ser como mucha gente que perdí.
Por que cada vez que pensás estás un paso más cerca de querer estar muerto. Tic toc tic toc. El parquímetro del oído corre su voz. El tiempo corre, la bandera ya bajó y no hay “libres”. No hay recreos, no hay manera de detenerse. Trac trac trac, y pega el sonido en los rieles.
El viejo no tenía palabras por que sabías que te iba a decir que sonrías. O a lo mejor te iba a dar una de esas miradas comprensivas, una especie de “gracias a Dios que no te dije nada… vos la sabés mejor que yo”. Quizá estaba muy entretenido mirando tus apuntes de Economía en vez de escucharte cacarear. Viejo de mierda.
Y te subiste al tren. Para un gesto aliciente de felicidad, por que querías llegar a casa y sonreír. Alguna vez quisiste sonreír y hacer aliciente, suavizar lo que ibas a decir. Lo pensaste todo el viaje (pero en una retrospectiva posterior, no pudiste sonreír).
Te sentaste en el primer vagón del Urquiza, semi- vacío, en uno de esos asientos de cuatro (dos y dos enfrente). Atrás, una fila de dos, al costado, otra de cuatro.
El asiento de cuatro tuyo quedó desierto hasta que un hombre en sus cuarentas se sentó enfrente tuyo.
El asiento de cuatro a tu costado, con un muchacho de veinte, colorado, atrayente a la vista.
Estación Arata. Llegaron.
Ellas se suben riendo de sabe qué chiste, y vos sentado con tu discman. Siempre tu discman. Autista de mierda. Te hacés el que no escuchás, pero escuchás muy bien. Dos de las chicas se sientan en el asiento de cuatro al costado tuyo, pero no en el tuyo. La primera y la segunda. La primera es rubia-castaña, alta, esbelta, atlética. La segunda, riendo a carcajadas y tirando miradas pícaras a todos los muchachos que pasaban en los pasillos del tren ubicándose para salir. No decía nada, simplemente se reía y miraba.
La tercera, una morocha de pelo corto y unos ojos achinados, se sienta atrás tuyo en el de dos, acompañada de una señora de setenta años.
Y sobre-escuchás, siempre sobre-escuchás.
Tercera (mirándome) diciéndole a la Segunda - “¿Por qué no te sentás al lado de este pibe?”
Segunda, de reojo a la Tercera - “¡¿Vos estás mamada?! ¡Ni a palos!”
Yo - “Gracias.”
Gracias, por la magia, gracias por los ánimos. Gracias a todos. Cuanto más rápido se acabe todo esto, mejor.
Quizá era uno de esos días donde no se supone que tenías que despertar.