Hoy a este momento se lo que hasta ahora nunca reconocí: no se identificar un verdadero momento de felicidad. Simplemente acepté lo que hasta hoy sostengo, que el placer, el goce, la felicidad, está sujeta a momentos infímos, momentáneos, efímeros. Ojo, esto no es algo que yo inventé. Es algo que hicieron personas como Hebert Marcuse (un ‘must’ para el estudiante de ciencias de la comunicación). Pero igual lo reformulo por que hay cosas que ciertamente incluso a mí no me cierran.
Yo sé que el placer es ínfimo. Pero no es algo que yo inventé y simplemente lo siento pero me rehuso a aceptarlo. Por que fácilmente podemos reducir el placer (al menos el sensible) a pequeños momentos, como el orgasmo, o un plato de comida, o incluso el momento de la inyección para el heroinómano. Todo parece manifestarse en pequeños ratos (si se alcanza tal largo) donde todo parece ideal, más incluso cuando se lo recuerda que en el momento en el que ocurre. Y se idealiza la idea del placer y la felicidad eternas. Por lo cual todo esto que vivimos, se vuelve no aceptable, sino mas bien consensuado… admitido. Interiorizado.
Pero… sin embargo. ¿Por qué, o mejor dicho, cómo, ciertas personas logran estirar el momento más que otras? … ¿Cuál es el componente que nos hace diferentes en ese sentido?.
Y la última de todas… en realidad parece plantear la pregunta del amor mismo: es posible encontrar semejante deleite, frente, junto, en los brazos del otro? Yo no puedo decir que lo haya hecho. No puedo hablar del amor verdadero. Y a menudo recibo muchas críticas por que lo que yo diga parece ser muy escéptico sobre el tema. Lo siento, a mí me cuesta cambiar. Mucho. Me convierto en repetitivo y enroscado por que parezco no encontrarle la solución a semejante espiral de dudas. Un tumulto de cuestiones que no se me aclaran. Mientras tanto, la vida toma y desvanece. Tomamos y nos desvanecemos. Tomamos el cuerpo del otro, en forma de la posesión y el deseo de la reciprocidad, eterna también.
Entonces ciertamente queremos ser eternos. Pero sabemos que no lo somos. Somos… contingentes. Y tal nacimos y morimos, como no íbamos a querer perpetuarnos de alguna otra manera… sólo que el amor, el placer y la felicidad son obras nuestras, pequeños hijos no inventados por figuras externas, aplastadas por el razonamiento. Así sería lógico que, “siendo así como somos”, no luchemos por horas para conseguir algunos minutos. Estamos condenados, cual hamster enjaulado, a seguir corriendo la rueda para esperar que de vez en cuando nos cambien el alfalfa, o quizá nos den un poquito de comida, siempre… los demás.

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