Published on Sunday, March 26th, 2006 at 3:02 am

1.

Estimado señor Walsh,

Hoy a la mañana me desperté con el recuerdo de ayer haber leído su carta abierta a las juntas militares, y el otro ayer, el aniversario de los 30 años de un golpe- genocidio ocurrido en marzo de 1976, que comenzó tiempo antes de aquella declaración suya, antes de su desaparición el 25 de marzo de 1977 ante la cara funesta de aquellos que hoy siguen teniendo el derecho de mostrar sus caras por la calle.

Ante el recuerdo del día de ayer, varias cosas se me vinieron a la mente, el certero flashback de una plaza de mayo semi-llena (semi debido al vallado que hoy impide a todo ciudadano acceder de frente a la casa rosada) de ciudadanos argentinos reclamando justicia junto al derecho a vivir y manifestando su in-disposición a repetir los hechos del pasado suyo y del mío.

Tengo el recuerdo del descrédito institucional que sufren las instituciones políticas, que ha hecho que las sectorizaciones políticas e ideológicas de cada uno hiciese que muchas personas abandonasen semejante acto ante las diferencias, que tan leves deberían ser frente al recuerdo de una atrocidad que debería habernos unido como sociedad desde un principio.

El análisis de los 30 años que han pasado entre 1976 y 2006 es casi tan certero como el que usted realizó en su momento, descartando que el elemento represivo jamás ha dejado de estar presente. ¿A qué me refiero?

Esta mañana al caminar por la calle, me tropecé con este afiche sin firmar en la puerta de vidrio de la panadería de mi barrio. Y sin embargo, hoy, 25 de marzo del año 2006, he descubierto que no sólo el complemento represivo no se ha ido de nuestra aparato estatal desde su máximo puesto hasta el más mundano, sino también el elemento reaccionario, irracional, asesino e ignorante de nuestra sociedad que convalida semejante episodio.

Adjunto las fotos de semejante afiche, que reza “Gracias Fuerzas Armadas/ Por librarnos a todos/ Del comunismo marxista!!!” como su título. No soy conocido, pero espero que, desde arriba, nuestros más de 30000 muertos y los ya exiliados, sepan perdonar el tipo de pensamiento que algunos de los “miembros” de nuestra sociedad todavía albergan en su mentalidad.

Esquematizando para abreviar, en 1983 la brutal dictadura dejada por los mandos militares Videla, Massera y Agosti (junto a una enormidad de los hoy personajes célebres que desfilan frente a nuestros tribunales con completa impunidad) sucumbió en legitimidad ante los millones de argentinos que no sólo habían visto desaparecer a sus amigos o hermanos o hijos durante sus dictaduras, sino también aquellos que habían visto a estos mismos volver mutilados en cuerpo o espíritu de una guerra originada por el mesianismo y la locura de Galtieri y su séquito, un fin funesto que a todos los argentinos avizoraba una gran era de democracia libre, justicia y legalidad realmente soberana.

Pero tal suceso no ocurrió: de un proceso comenzado con Alfonsín, se realizó un juicio a las juntas que culminó con severas penas a los principales responsables y la instauración en 1987 de la Ley de Obediencia Debida y Punto Final, protegiendo a todos aquellos que “sólo cumplían órdenes”, de la mano de gente con la cara pintada realizando planteos a un entonces económicamente, ideológicamente y políticamente endeble gobierno democrático. Cuando se pensó que al menos la gente al mando de todo esto cumpliría sus penas, asumió la presidencia un partidario del partido que durante toda la dictadura militar había sido proscripto y luego de su muerte, difamado. Este presidente decidió destrozar la memoria de todos los muertos anulando las penas de los juicios a las juntas y decretando indultos, robándole la esperanza a los familiares de aquellos, así como en el tiempo le robaría de la misma manera a toda la República Argentina las ganas de creer en justicia o ley.

Este proceso abandonó su gesto militarizado en una tierra donde el “todo vale” se convirtió en nueva ley y donde estos personajes no sólo vieron la luz sino hasta pueden darse el lujo de esquivar la ley negándose a declarar o alegando terribles estados de salud.

A mi opinión, dudo que usted concuerde: los franceses jamás necesitaron un juicio para saber si María Antonieta había sido una déspota, y menos todavía, preguntarle acerca de su estado de salud tras el intento de fuga en Varennes. Entonces, ¿cómo se puede entender lógicamente que aquellos que tanto mal nos hicieron, sigan en libertad?

Además, me gustaría preguntar cómo es posible que todavía haya gente que consensúe que la mano dura, el asesinato, la tortura hoy por hoy sea la solución a un problema que siempre parece surgir más del lado de los intereses del estado, los partidos y sectores ligados a éstos, que de la sociedad civil misma.

¿Cómo puede ser que tras treinta años, tantas muertes, desaparecidos, exiliados… nuestros flagelos sigan regenerándose?

Un país así sólo puede generarse generando la mediocridad intelectual, fomentando la codicia de los grupos económicos que la dominan, absorbiendo en la vorágine del poder y el parasitismo a todos los grupos opositores, dando garantías a una prensa inerte, presa del miedo a la pérdida de la ganancia y afianzando el miedo a lo peor y el “lo atamos con alambre” en el que la Argentina se ha estado manteniendo por décadas.

2. Treinta mil desaparecidos en nuestra propia tierra, miles de mancillados por una guerra ilegítima, millones de personas que murieron bajo los régimenes militares y la demago-cracia que hasta el día de hoy nos mantiene sumergidos en una nube de incertidumbres. El afianzamiento de aquellas villas miseria de las que usted hablaba más allá hacia la General Paz, movidas por aquel frenesí de la buena reputación internacional que generaría aquel mundial del año 1978.

El reinado de la impunidad no dejó de esparcerse desde aquel entonces: no olvidar los episodios de las muertes ligadas al poder o los hijos de aquel… el crimen de María Soledad, hasta Miguel Bru, de Ezequiel Demonty a José Luis Cabezas, sin olvidar los 193 muertos de la masacre de República de Cromañón refiriéndonos al hambre de corruptela y la falta de compasión, verdad, empatía o incluso respeto por el otro desde el principio al fin de la escalera de corrupción del poder político.

Los métodos ciertamente han cambiado de ese entonces. Ya los vuelos sobre el Río de la Plata no arrastran los cuerpos de nuestros hermanos y hermanas, sino que sobrevuelan hacia el Uruguay u otros destinos con el dinero de las cuentas bancarias y los escándalos, los carteles y los negociados. Nuestros presidentes ya no salen por la puerta del frente de la casa rosada, sino que escapan en helicópteros por los techos ante la imposibilidad de justificar sus pobres gestiones gubernamentales, sólo para aparecer en los medios como el resto de los ilustres infames, aprovechando del derecho a expresarse que sólo les otorga nuestra sufrida democracia. La que día por día lucharon ellos por impedir.

Ya no se mata con la picana: se tortura con “la inflación”, el desempleo y la codicia de aquellos grupos de empresarios que nunca cesaron en su accionar sino que incluso lo han incrementado como un arma extorsiva, la eterna daga de damócles que mata a los niños con el hambre como arma. Y se los termina de ajusticiar con la ignorancia, dejando de proveerles el derecho a una vida digna como la que mis padres (y seguro los suyos) siempre trataron de darme.

3. La negativa de estos poderes a reconocer los nombres de los muertos, desde Cromañón hasta aquellas muertes que provocó el accionar voraz del Fondo Monetario Internacional sobre nuestros “presionados” funcionarios del Ministerio de Economía es lo que me hace reconocer que como sociedad no estamos lo suficientemente cohesionados en un nivel de derechos humanos como para reconocer por igual motivo que en la Argentina no se muere tanta gente por las razones que ordena el biorritmo o la edad de cada uno.

Y, ciertamente, sabemos que las muertes de hoy no son Santuchos, así como muchos no lo fueron en las masacres de aquella época, como sabemos que no había nadie del ERP o los Montoneros entre las muertes de la AMIA, Embajada de Israel, Villa Ramallo o la mina de Río Turbio. Las filiaciones políticas dejaron de ser las causas para una muerte en un país donde uno puede (y pudo) morir sólo por meterse con los intereses del poder.

Asimismo, me hace cuestionarme si realmente al tolerar el racismo cotidiano, al alentar el maltrato de un argentino a otro hemos alentado a que la afloración de estos afiches sea un hecho y que se escuchen voces de “con los militares estábamos mejor”. ¿Es, acaso, tan endeble el espíritu y tan pasajera nuestra memoria del horror y el miedo… o es acaso sólo que la censura vale tanto la pena como para aceptarla?

En mi caso, decidí arrancar semejante cartel. No es el único colgado por las calles de mi barrio. Y a lo mejor, algun niño, maltratrado, mal alimentado, pobremente educado piense al admirarlo que en realidad los tres personajes en la fotografía representan una gloriosa época pasada, de pompa y gloria, donde los argentinos hasta tuvieron el honor de celebrar un mundial. Que los tres pertenecieron a un gobierno soberano y que sus brillantes uniformes serían una muestra de la legitimidad de la que los cubría el pueblo argentino. Si supiese que fueron los lobos sueltos, vestidos de cordero.

O, a lo mejor, es que todavía no nos hemos asentado a la magnitud de las palabras “terror” y “miedo”, para asignar los roles y las calificaciones a éstos tal cual lo merecen.

4. Quizá es que todavía el consenso o su tiempo no llegó y debamos sufrir otro episodio de esta magnitud sólo para darnos cuenta de lo que representó: estando tan cerca del bicentenio no nos hemos dado cuenta todavía de la cantidad de sucesos que han ocurrido con el fin de despertar nuestras conciencias: dos guerras mundiales, terrorismos, contraterrorismos, catástrofes naturales causadas por nuestro descuido o desidia hacia la madre tierra. Por ahí puede ser que todavía no hemos visto un suceso tan terrible que nos permita darnos cuenta de la magnitud que fuimos capaces de admirar.

Ojalá se nos permita que en adelante no tengamos que repetir hechos funestos, y que la conciencia, el sentido común, la prudencia y la inteligencia guíen nuestras acciones.

Cierto es, que este afiche con el que me encontré, menciona un texto que se le adjudica a Nicolás Rodriguez Peña, por aquel entonces “defensor de los desposeídos” justificando los implacables métodos con los que se ajustició a Martín de Alzaga o Santiago de Liniers, durante la revolución que gestaba los cimientos de nuestra ilustre república.

¿Podrá ser que desde el inicio fuimos engañados desde el principio hemos sido engañados, o nuestro orígen como país fue realmente terrorista? ¿Es posible justificar semejante terror con la idea de que la severidad del castigo es sólo un medio para el fin?

Como si esto tuviese que venir a justificar el terror de los asesinatos (por aquel entonces) de gente como las monjas francesas Leonie Duquet o Alice Domon, Elena Holmberg, o usted mismo, Rodolfo. Cómo si tuviese que justificar la muerte de cualquier ser humano en ese proceso.

5. Y cómo olvidarme de la muerte silenciosa. La que la economía de nuestro país, si, desde su gestación nos ha impuesto.

El modelo, durante estos últimos 30 años, apenas si ha cambiado. La destrucción sistemática de la Industria para nunca regenerarse, la eterna dependencia de la exportación. La eterna devaluación, la recurrente inflación. La simple sensación de que cada vez se está peor, mirando con añoranza tiempos pasados que nunca fueron tiempos mejores, sino tiempos menos malos.

Todas eran características de una Argentina de aquel entonces, de la cual usted nos cuenta, de Celestinos Rodrigos y Josés Martínez de Hoz con acuerdos con multinacionales, para haber llegado a nuestros Domingos Cavallos o Joses Luises Machineas con sus leyes de convertibilidad, repetidas devaluaciones, desde un peso igual un dólar, hasta el “quien haya depositado dólares, recibirá dólares”. Las metodologías no han cambiado. Desde los negocios que menciona, hasta todos los acuerdos, los negociados, los “gates” (narcogate, yomagate), los acuerdos por las privatizaciones, los dineros por debajo de la mesa en las privatizaciones.

Todo en su medida contribuye a un ciclo económico que no logramos revertir debido a la mediocridad, la corta visión (¿ceguera?) a la hora de realizar reformas, mas la voracidad a la hora de contraer créditos ilegítimos e impagables en nombre de la popularizada “deuda externa” que ha representado un nudo en el cuello de todos los ciudadanos argentinos desde su época hasta la mía. Una lógica decadente de crisis cíclicas donde la moneda y todo el ciclo natural de la producción económica dejan en jaque diariamente miles de niños con hambre en una tierra que da abasto para mucho más (administrada por supuesto, fuera de los intereses latifundistas).

Y cómo dejar fuera a un partícipe fundamental en esta política económica, a aquel Fondo Monetario Internacional con sus Michel Camdessus, Anne Krueger, Anoop Singh y Teresa Ter Minassian. Innegables sus participaciones en un ciclo negro de la historia y economía argentinas, desde aquel entonces hasta ahora, donde la idea de la constricción fue un imperante. Imposible de olvidar tampoco, fue el único caso de triunfo de las políticas del FMI, lo cual exactamente consistió en el primer caso donde un país desoyó los consejos del mismo ente: es el caso de los denominados “tigres asiáticos” (países tales como la ahora separada Hong Kong, Singapur, Tailandia, Vietnam, Corea) los cuales basaron su producción en una industrialización a largo plazo, de bajos costos y orientada hacia las nuevas tecnologías: quizá incluso la receta clave para salvar la economía argentina. El interés por la buena estima de los funcionarios del FMI fue el mal de ojo que signó a todos los ministros de economía y hacienda: esa necesidad de seguir a rajatabla, tarde o temprano, ese consejo que parece siempre habernos hecho mal.

Si no creyese que en realidad los políticos hicieron lo mejor posible de acuerdo al nivel de actividad que han tenido estos años, así como a la gente que se dedica a publicar su opinión en los ventanales de mi panadería, afirmaría con certeza que siento orgullo que estemos en posesión de una democracia en pleno ejercicio y sin vergüenzas ni pudores. Pero tengo que retomar y solicitarles a los señores políticos, al público en general, a nosotros mismos, a llegar a un consenso, un intento de, una reflexión de las metas a fijar para el próximo centenio de este país, no tanto de no haber llegado a fijarlas para el advenimiento del año 2000 y todos los sucesos que trajo.

Estos son los datos que quise recordar, al hacer un balance tan cercano al 2010, sólo 200 años después de nuestro génesis, para poder rememorar que todo todavía está por hacerse en un país incompleto, que los peligros siguen siendo los mismos, latentes en cada sector de nuestra sociedad, desde el primero al último de nosotros. Que en el proceso, no hemos dejado de ser argentinos pero que al mismo tiempo esto no significa que lo mismo justifique cualquiera de nuestras malas acciones y que nada limpia la deshonra de mirar hacia el otro lado o ser partícipe del terrorismo de estado, o cualquier acto que perjudique a mi vecino o hermano.

Fiel al compromiso de hacer memoria, me encomiendo a no olvidar todo aquello que nos falta y al mismo tiempo, a recordar todos los días todo aquello que nunca jamás debe volver a ocurrir.

Saluda Atentamente,

Gustavo M.

Recursos Disponibles

Carta original a las Juntas Militares de Rodolfo Walsh

O también en Literatura.org

Fotos del afiche. Para ver con zoom, guardar o clickear con botón derecho y en opción “ver imagen”.

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One Response to “Carta Abierta a Rodolfo Walsh”

  1. [...] En este mismo día. Bah, no el mismo. En fin, hacía el bombazo que habían publicado en la panaderia de mi barrio un año atrás. (link) [...]

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