Published on Wednesday, February 16th, 2005 at 12:26 am

For some reason. M Boileau au Caf� - Henri Toulouse- Lautrec.
Por alguna raz�n el se�orito decidi� sentarse con los ojos tristes, secos de tanto llanto, cansados de las emociones, vibrantes por el humo ascendiente. Mir�, con atenci�n, girando la cabeza, tild�ndola sobre su cuello hacia el lado derecho. Pens� “yo no puedo estar pensando en esto”… y r�pidamente llev� las manos hasta la cara para cubr�­rsela, en un gesto de renovaci�n de actitud. “¿��sto es todo lo que se te ocurre?” y llev� sus manos hasta la nuca, donde las uni� para sostener la cabeza. Tom� la mano derecha y con las u�as r�pidamente sacudi� la superficie del cuero cabelludo.
El hombre es un cobarde. “Yo s� realmente qu� es lo que pas�, pero prefiero no hacer ning�n reconocimiento formal del hecho”.
La verdad, es que fuiste abandonado. La casa jam�s estuvo tan desierta, ni cuando ambos se fueron a aquel viaje a la playa desierta. S�­, s� que lo record�s. Soy tu consciencia, no soy omnisciente por que cierto como es, que algunas cosas te salen de la cabeza, ¡pero no pasan por ella!
She wakes up, she makes up/ She takes her time and doesn?t feel she has to hurry/ She no longer needs you.
Despu�s de la �ltima pelea no quisiste reconocer nada, yo fui tu arma c�mplice y para tu mala ventura, recuerdo mucho mejor los hechos que lo que vos jam�s vas a poder hacerlo. No voy a dejar escapar la imagen cuando te fuiste y ella se fue. Por que fue un abandono mutuo, vos te levantaste, ella se fue. La ternura entre los ojos de los dos se hab�­a esfumado. Mirala, mirala, mirala, admirala. Hartate. Este peque�o escape al caf� con los amigos es una superficialidad.
No pierde el gesto nervioso. Mira alrededor, las damas escondiendo los cors�s. La m�sica proveniente de la calle. Un trago, dos tragos, tres tragos, todo parece repetirse. Las m�­micas exageradas de los vagabundos pasan enfrente al vidrio pintado elegantemente, aquel que dice “Caf�”. Gritan, afuera. Todo un infierno de ruido en unos o�­dos que no parecen ser penetrados. Parece por un momento cesar el nerviosismo de sus gestos, reposa al fin sobre la silla recubierta de aquella fina tela, incluso demasiado fina para lo que normalmente representa un asiento de caf�. Intenta recordar un momento similar descrito en alguna nota al pie en cierto escrito de Tuc�­cides, situado en alguna estanter�­a en la biblioteca de La Sorbona.
Te sent�s, cigarro en mano. La cerveza no es frapp�. No vas a huir de m�­. No lo intentes. Hay ruido de fondo, ignoralo… �sto es un mon�logo entre nosotros dos donde yo soy el que imparte las �rdenes. Ahora que tengo toda tu atenci�n, no es necesaria la repetici�n, pero la fecha se acerca. Muy cerca.
El hombre rasga las vestiduras con ternura, casi como para cerciorarse que su presencia en el lugar es real. S�­, se�or, usted es real. “�Qu� puedo servirle, acaso un poco de este cognac?” La dama le sonr�­e cuando el hombre entra en consciencia que es ella quien est� enfrente suyo. El amor de su vida, s�­, semejante d�ja-vu. No ayuda para nada el hecho que se hayan conocido cuando �l era un simple borracho y ella una simple mesera… algunos seres humanos conocen maneras muy f�ciles de complicar lo m�s simple del mundo.
Ahora ten�s que hacer un quiebre.
Permanece sentado incluso oyendo los sonidos de la pelea de afuera entre alg�n par de callejeros, desafi�ndose por el pan o la mujer. En ese momento, contest� “si no hay nada m�s con lo que yo pudiese quedarme, incluyendo a usted, aceptar�­a la copa con cierta congoja”. La mujer sonri� sin entender que era lo que quiso decir. �sto era un deja-vu definitivamente, s�lo que su yo anterior no aparec�­a por esos lugares.
Vuelve ella, con la copa en la mano, lista para recibir las monedas y volver a su lugar, por all�­ tras la puerta. En un principio no quiso escuchar los delirios, las conferencias que prove�­a el loco mientras permaneciese sentado en aquel lugar.
Por alguna raz�n, ella pens� que el hombre alejar�­a a la clientela, si era dejado solo. Por lo cual la decisi�n era dif�­cil, y nadie tendr�­a por que lidiar con tomar semejante elecci�n. Tom� una silla y se sent�.
Yo s� que es tu culpa, y voy a torturarte por que me gusta. Sino, mi oficio ser�­a in�til.
Incluso cuando acabaste la cerveza, sigue Space Cadet sonando, repetidamente, sin freno. Kyuss siempre suena cuando los cielos son rojos y las noches eternas.

El hombre comenz� su ranting and raving. Dijo “usted ver�, me hace recordar a cierta damisela que conoc�­ en Amsterdam. Sabr�, que normalmente no invito a nadie a mi mesa, y sin embargo, ciertos asuntos no puedo desistir de discutir en presencia de la belleza convertida en algo metaf�­sico… entonces, podr�­a mencionar que el ideal de belleza en la mujer es algo esencial y no a la vez en la mujer. M�s que verse en cualidades que, harto mencionar, se desvirt�an de momento a momento, me baso m�s en las situaciones que se viven. Si yo hay algo que reconociese como belleza en la mujer, ser�­a en una de ellas reconocer que puede ser la existencia de un hombre sin un shrapnel en su bolsillo, ni un cobre, ni siquiera la misma tierra. Pero se puede ver sobre qu� es todo, cuando la mujer lo recibe a uno, no por que tenga el bolsillo seco, sino por tener el coraz�n roto, el esp�­ritu partido, el alma en pena, el aura titilando intermitentemente… sea la manera que usted intente verlo”.
No me preguntes a m�­, sab�s que ella no te entiende cuando le dec�­s esas cosas.
Y definitivamente, la mesera se ve�­a ciertamente confundida en ese instante. Pero hab�­a tenido que tomar una gran decisi�n, para no dejar que el hombre siguiese su lectura mental con cierta diletancia y un absurdo de proporciones descomunales. Es ah�­ cuando lo bes� y todas las historias se volvieron a repetir.
Ella escuch� atentamente por un rato al hombre divagar, como todos los hombres hacen. Mir� con atenci�n.
Y no voy a dejar de torturarte, no te voy a dejar que concluyas la historia, ya la contaste muchas veces, quiz� en otra ocasi�n. Por ahora voy a torturarteurarte. Me gusta cuando sufr�­s. �No te das cuenta que en realidad que ella no quer�­a escucharte? Qui�n podr�­a. El resto es historia.
El hombre se sienta, calmo, inquieto, a momentos. Furtivo, murmulla. Espera el beso que lo calle, canta los pesares, cuenta las monedas, cansino, eterno, se levanta, empuja la puerta y este lugar es otra historia.
Gracias Pume por la inspiraci�n musical (adem�s de la cita no autorizada).

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