Published on Sunday, February 6th, 2005 at 2:37 am
“- Pero, al fin y al cabo, él sabe que estoy embarazada. Sí, guapo, lo estoy. Seis semanas. No entiendo por qué tiene que sorprenderte una cosa así. A mí no me ha soprendido. Ni un peu. Estoy encantada. Quiero tener nueve, como mínimo. Estoy segura de que habrá unos cuantos que sabrán bastante morenos, José tiene algo de le nègre, ya lo habrás adivinado, ¿no? Pero a mí me está bien: ¿puede haber algo más bonito que un recién nacido mulato y con unos preciosos ojos verdes? Me hubiera gustado, por favor no te rías, me hubiera gustado ser virgen cuando él me conoció, haber sido virgen para él. No es que me haya liado con auténticas multitudes, como dicen algunos: y no culpo a esos bastardos por decirlo, siempre he vivido en plan loco. Aunque, la verdad, la otra noche eché cuentas y sólo he tenido once amantes, sin contar lo que pudiera haber ocurrido antes de cumplir los trece años, por que al fin y al cabo, eso no cuenta. Once. ¿Basta eso para convertirme en una puta? Fíjate en Mag Wildwood. O en Honey Tucker. O en Rose Ellen Ward. Han tenido gonorrea tantas veces que han perdido la cuenta. Desde luego, no tengo nada contra las putas. Menos una sola cosa: las hay que no tienen mala lengua, pero no hay ninguna que tenga buen corazón. Quiero decir que no puedes follarte a un tío y cobrar sus cheques sin al menos intentar convencerte a tí misma de que le quieres. Yo lo he intentado siempre. Incluso con Benny Shacklett y toda esa pandilla de roedores. Logré hipnotizarme a mí misma hasta convencerme de que aun siendo absolutamente ratoniles, no carecían de cierto encanto. En realidad, aparte de Doc, suponiendo que quieras contar a Doc, José es mi primer amor no ratonil. Oh, no vayas a creer que es mi tipo ideal. Dice mentirijillas y siempre anda preocupado por lo que pueda pensar la gente, y se baña unas cincuenta veces al día: los hombres deberían oler, un poco. Es demasiado mojigato, demasiado prudente para ser mi hombre ideal; siempre se vuelve de espaldas para desnudarse y hace demasiado ruido al comer y no me gusta verle correr porque corre de una forma un tanto ridícula. Si tuviese la libertad de elegir una persona de entre todas las que hay en el mundo, chasquear los dedos y decir eh, tú, ven para acá, no elegiría a José. Nehru se aproxima bastante más a lo que yo pido. O Wendell Wilkie. Me conformaría también con la Garbo. ¿Por qué no? Tendríamos que poder casarnos con hombres o mujeres o… Mira, si me dijeras que pensabas liarte con un buque de Guerra, yo respetaría tus sentimientos. No, hablo en serio. Habría que permitir toda clase de amor. Soy absolutamente partidaria de eso. Sobre todo ahora que ya me he hecho una idea bastante aproximada de lo que es. Porque sí, quiero a José; dejaría de fumar si me lo pidiese. Se porta como un amigo, es capaz de provocarme la risa hasta incluso cuando tengo la malea, aunque ahora ya no me viene casi nunca, sólo a veces, e incluso esas veces no es tan espantosa como para que me dé por tragarme frascos de Seconal o por ir a Tiffany’s: llevo un traje a la tintorería, o preparo unas setas rellenas, y ya me siento bien, en forma. Otra cosa, he tirado todos los horóscopos. Debo de haberme gastado un dólar por cada una de las malditas estrellas que hay en el maldito planetario. Es un fastidio, pero la solución consiste en saber que sólo nos ocurren cosas buenas si somos buenos. ¿Buenos? Mas bien quería decir honestos. No me refiero a la honestidad en cuanto a las leyes (podría robar una tumba, hasta le arrancaría los ojos a un muerto si creyes que así me alegraría un día), sino a ser honesto con uno mismo. Me da igual ser cualquier cosa, menos cobarde, falsa, tramposa en cuestión de sentimientos, o puta: prefiero tener el cáncer que un corazón deshonesto. Y esto no significa que sea una beata. Soy simplemente una persona práctica. De cáncer se muere a veces; de lo otro, siempre. Oh, a la mierda con este asunto. Anda, pásame la guitarra, voy a cantarte un fado en un portugués perfecto.
Aquellas últimas semanas, las del final del verano y el comienzo de otro otoño, aparecen borrosas en mi memoria debido a que nuestra comprensión mutua llegó a esos maravillosos extremos en los que llegas a comunicarte más a menudo por medio del silencio que con palabras: cierta afectuosa calma reemplaza las tensiones, el parloteo nervioso y la persecución mutua que suelen producir los momentos más espectaculares, más superficialmente aparentes de una amistad. Con frecuencia, cuando él no estaba en Nueva York (acabé sintiendo hostilidad contra él, y raras veces pronunciaba su nombre), nos pasábamos juntos veladas enteras durante las cuales apenas si decíamos entre los dos más de cien palabras; en una ocasión bajamos hasta Chinatown, tomamos una cena a base de chow-mein, compramos farolillos de papel y robamos una caja de incienso, y luego cruzamos lentamente el puente de Brooklyn, y desde el puente, mientras veíamos a los buques que salían hacia alta mar deslizarse por entre acantilados de incendiados rascacielos, ella me dijo:
- Dentro de unos cuantos años, de muchísimos años, uno de esos barcos me traerá de vuelta con mis mocosos brasileños. Por que sí, tienen que ver esto, estas luces, el río… Adoro Nueva York, aunque esta ciudad no sea tan mía como pueden llegar a serlo algunas cosas, un árbol, o una calle o una casa, algo en fin, que sea mío por que yo le pertenezco.
Y yo le dije ‘Cierra el pico’, por que me sentía enfurecedoramente excluido, apenas un remolcador en el muelle seco, mientras ella, deslumbrante viajera de seguro destino, salía del puerto entre estruendosas sirenas y flotante confetti.”
Truman Capote - Breakfast at Tiffany’s.

Related Posts

Dejar contestación

XHTML: You can use these tags: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <code> <em> <i> <strike> <strong>