Me acuerdo que ese tipo que conocía tenía una visión equívoca de las cosas. En serio.
Mierda, que estaba equivocado. Lo intentamos de cuanto modo posible, pero no hubo remedio y tuvimos que dejarlo, para que se entregue a sus caprichos de nenito, sólo para admirar en una postura casi psicoanalítica las reacciones irracionales que lleva a cabo hoy en día. Es el claro caso de una regresión al ego infantil. Algo completamente inadecuado para la edad que lleva.
Lo ví imaginarse y desimaginarse cuantas veces lloró de chiquito. Lo veo y me identifico, no sé por qué. Después de todo, era otro sujeto.
Incluso creó un personaje imaginario para hacer un escapismo,
y ese personaje terminó rápidamente asimilado a la lógica de lo que él mismo odiaba.
Un día se encontró solo. Pero no fue hace mucho, y las sombras se mezclan, hacen una pequeña ensalada de tonos de grises, por los recuerdos que puedo evocar de todos aquellos encuentros.
Sin rumbo.
Evocó con ternura la presencia de aquel personaje. Sólo para que ese personaje se convirtiese en lo que él más había querido pero lo que menos deseaba: una vez me contó la historia…
refería a un vendedor de heladeras llamado Freddy el fracasadito. En otra época también era Jilber, un jugador de fútbol con una pierna diestra muy graciosa, una cara redonda llena de fibra, un lustre volador, y siempre se encontraba acompañado de una psicopedagoga casi novata, una persona casi demasiado estimulante, y un niñito inquieto de cachetes gordos, sonrisa perdida y un peinado casi beatle, pecoso, feliz en gran parte, angustiado en otra. Este muchachito, me acuerdo, tenía un gran don con la gente grande, demasiados problemas con la gente de su edad. “Están todos locos” me decía. Yo jamás pude comprenderlo. Y todo el tiempo ambos ellos deliberando sobre cuál sería su destino, el de Jilber, ¿recuerdan?… unos indagando más profundamente que otros.
Pero nunca es bueno evocar un pasado que tampoco era bueno, para darse cuenta que todas esas historias que me contaba eran simples premoniciones de que seguiría siendo así a pesar de todo tratamiento con aquella persona mayor, de tono agradable, que le dejaba dibujar durante una hora y jugar con los “rastis” (el clon arcaico de los legos… para aquellos que viven recordando aquellos menesteres) mientras los padres lo embuchaban en comida para sustituir las faltas. Para comprar el consuelo cuando las cosas no venían bien incluso desde antes de ellos, cuando las cosas no estuvieron bien nunca. Cuando la vida se les hizo una espiral descendente de la cual no hay salida alguna más que escudarse en la sonrisa falsa del niño. Total, si el nene no puede sonreir, hay que forzarlo. Si la nena no puede, tambien. Si la esposa, el hijo, la otra hija, toda una repetición de hechos. Y así se crea un pseudo vinculo- un vínculo real, donde las cosas simplemente no son como son.
Pero sonreía de a ratos, eh. Yo lo ví varias veces, mirar cariñoso cuando llegaban los playmobils, los muñecos de rambo, los miles de jueguitos. Lo compadezco a ese nene, yo hubiese cambiado todos mis juguetes por un mayor entendimiento con mi viejo. Y ahora sé que no es posible, que la cadena de lazos irrompibles, supuestamente, corta en algún lugar: salta cual correa de bicicleta para engrasar la pierna, y enfurecer de la impotencia a quien quiere que funcione.
Qué recuerdo lejano era ese también. Ahora lo veo y parece un sorete impotente. No entiende, no puede entender la verdadera esencia de la vida, tampoco se la voy a explicar yo ahora. Quién se cree que soy, ¿un padre comprensivo? ni siquiera. Soy un individuo insensato y prefiero mantener las cosas en silencio.
En fin, tarde o temprano voy a seguir desarrollando estas historias para que comprendan a lo que me refiero. No estoy loco: este niño sí lo estaba… ¿o lo está?